jueves, 2 de febrero de 2017

¿QUÉ DICE LA DSI SOBRE LA ECONOMÍA Y SOBRE SÍ MISMA?

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¿Qué es el bien común?
Se entiende por “bien común” el conjunto de condiciones de la vida social que hacen posibles a las asociaciones y a cada uno de sus miembros el logro más pleno y más fácil de la propia perfección”.
A partir de lo anterior, el bien común no consiste en la simple suma de los bienes particulares de cada sujeto del cuerpo social, porque es indivisible y porque sólo juntos es posible alcanzarlo, acrecentarlo y custodiarlo, también en vistas al futuro.
La persona no puede encontrar realización solo en sí misma, es decir, prescindir de su ser “con” y “para” los demás. Esta verdad le impone no sólo una simple convivencia, sino también la búsqueda incesante, de manera práctica y no sólo ideal, del bien, es decir, del sentido y de la verdad que se encuentran en las formas de vida social existentes.
Las exigencias del bien común derivan de las condiciones sociales de cada época y están estrechamente vinculadas al respeto y a la promoción integral de la persona y de sus derechos fundamentales. Tales exigencias atañen, ante todo, al compromiso por la paz, a la correcta organización de los poderes del Estado, a un sólido ordenamiento jurídico, a la salvaguardia del medioambiente, a la prestación de los servicios esenciales para las personas, algunos de los cuales son, al mismo tiempo, derechos del hombre: alimentación, habitación, trabajo, educación y acceso a la cultura, transporte, salud, libre circulación de las informaciones y tutela de la libertad religiosa… Sin olvidar la contribución que cada nación tiene el deber de realizar para establecer una verdadera cooperación internacional, en vistas al bien común de la humanidad entera.

La responsabilidad de edificar el bien común.
El bien común es un deber de todos los miembros de la sociedad. Ninguno está exento de colaborar, según las propias capacidades, en su consecución y desarrollo.
El bien común corresponde a las inclinaciones más elevadas del hombre, pero es un bien difícil de alcanzar, porque exige la capacidad y la búsqueda constante del bien de los demás como si fuese el bien propio.
La responsabilidad de edificar el bien común compete también al Estado, porque el bien común es la razón de ser de la autoridad política. De ahí deriva la necesidad de las instituciones políticas, cuya finalidad es la de hacer accesibles a las personas los bienes necesarios (materiales, culturales, morales, espirituales…) para gozar de una vida auténticamente humana. El fin de la vida social es el bien común históricamente realizable.
Con todo, el bien común de la sociedad no es un fin autárquico; tiene valor solo en relación al logro de los fines últimos de la persona y al bien común de toda la creación. Dios es el fin último de sus criaturas y por ningún motivo puede privarse al bien común de su dimensión transcendente que, al mismo tiempo, da cumplimiento a la dimensión histórica.
Nuestra historia como cristianos _el esfuerzo personal y colectivo por elevar la condición humana_, comienza y culmina en Jesús… Gracias a Él, por medio de Él y en vista a Él, toda la realidad, incluida la sociedad humana, puede ser conducida a su Bien Supremo…
Una visión puramente histórica y materialista terminaría por transformar el bien común en un simple bienestar económico que, carente de finalidad transcendente, pierde su más profunda razón de ser.

El principio de destino universal de los bienes de la creación.
Entre las múltiples implicaciones del bien común, adquiere inmediato relieve el principio del destino universal de los bienes. ¿Qué dice este principio?
De acuerdo con el nº 69 de la Gaudium et Spes: “Dios ha destinado la tierra y cuanto ella contiene para uso de todos los hombres y pueblos. En consecuencia, los bienes creados deben llegar a todos en forma equitativa bajo la égida de la justicia y con la compañía de la caridad. Sean las que sean las formas de la propiedad... jamás debe perderse de vista este destino universal de los bienes. Por tanto, el hombre, al usarlos, no debe tener las cosas exteriores que legítimamente posee como exclusivamente suyas, sino también como comunes, en el sentido de que no le aprovechen a él solamente, sino también a los demás. Por lo demás, el derecho a poseer una parte de bienes suficiente para sí mismos y para sus familias es un derecho que a todos corresponde”.
El principio del destino universal de los bienes afirma, por tanto, el pleno derecho y perenne señorío de Dios sobre toda la realidad y la exigencia de que los bienes de la creación sean destinados al desarrollo de todo hombre y de la humanidad entera.
Este principio no se opone, pues, al derecho natural de propiedad privada, sino que indica la necesidad de reglamentarlo.

La propiedad de los nuevos frutos de la humanidad.
El momento histórico actual, poniendo al alcance de la sociedad bienes nuevos, desconocidos hasta tiempos recientes, impone una relectura del principio del destino universal de los bienes de la tierra, haciéndose necesaria una extensión que comprenda también los frutos del reciente progreso económico y tecnológico.
La propiedad de los nuevos bienes, fruto del conocimiento, de la técnica y del saber debe ponerse también al servicio de las necesidades primarias del hombre, para que pueda aumentarse gradualmente el patrimonio común de la humanidad.

La dimensión moral de la economía.
El objetivo de la economía es la formación de la riqueza y su incremento progresivo, en términos no sólo cuantitativos, sino cualitativos; todo lo cual es moralmente correcto, si está orientado al desarrollo global y solidario del hombre y de la sociedad en la que vive y trabaja.
La dimensión moral de la economía hace entender que la eficacia económica y la promoción de un desarrollo solidario de la humanidad son finalidades estrechamente vinculadas y no separadas.
El desarrollo, en efecto, no puede reducirse a un mero proceso de acumulación de bienes y servicios…
El objetivo de las empresas se debe llevar a cabo en términos y con criterios económicos, pero sin descuidar los valores auténticos que permiten el desarrollo concreto de la persona y la sociedad.
La empresa no puede considerarse únicamente como una “sociedad de capitales”. Es, al mismo tiempo, una “sociedad de personas”, en la que entran a formar parte de manera diversa y con responsabilidades específicas los que aportan el capital necesario para su actividad y los que colaboran con su trabajo.
Es indispensable que, dentro de la empresa, la legítima búsqueda de beneficio se armonice con la irrenunciable tutela de la dignidad de las personas que a título diverso trabajan en la misma. Estas dos exigencias no se oponen ya que, por una parte, no sería realista pensar que el futuro de la empresa esté asegurado sin la producción de bienes y servicios y sin conseguir beneficios como fruto de la actividad económica desarrollada…; por otra parte, permitiendo el crecimiento de la persona que trabaja, se favorece una mayor productividad y eficacia del trabajo mismo.

¿Qué dice la DSI de sí misma?
Los principios permanentes de la DSI constituyen los puntos de apoyo de la enseñanza social católica. Concretamente, se trata del principio de la dignidad de la persona humana en el que cualquier otro principio y contenido de la doctrina social encuentra su fundamento, del bien común, de la subsidiaridad y de la solidaridad.
Estos principios, expresión de la “verdad sobre el hombre”, brotan del encuentro del mensaje del Evangelio y de sus exigencias (comprendidas en el mandamiento supremo del amor a Dios y al prójimo en la justicia) con los problemas que surgen en la vida en sociedad.
La Iglesia ha podido dar a tales principios una fundamentación y configuración cada vez más exacta, clarificándolos progresivamente, en el esfuerzo de responder con coherencia a las demandas de los nuevos tiempos y a los continuos desarrollos de la vida social.
Los principios de la doctrina social deben ser apreciados en su unidad, conexión y articulación. Esta exigencia radica en el significado que la Iglesia misma da a la propia doctrina social, como un cuerpo o conjunto doctrinal unitario que interpreta las realidades sociales de un modo orgánico.
Estos fundamentos de la doctrina de la Iglesia representan un patrimonio permanente de reflexión, que es parte esencial del mensaje cristiano. Pero van más allá, ya que indican a todos los hombres las vías posibles para edificar una vida social buena, auténticamente humana y renovada.

Cuestiones.
1. ¿Qué es y qué no es el "bien común"?
2. Las exigencias del bien común derivan de las condiciones sociales de cada época, pero vinculadas al respeto y a la promoción integral de la persona y de sus derechos fundamentales atañen a...?
3. ¿A quién corresponde la responsabilidad de edificar el bien común?
4. ¿Cómo se relacionan en el texto Dios y bien común? Explica.
5. ¿Cómo se define el "principio del destino universal de los bienes creados" en el nº 69 de la Gaudium et Spes?
6. ¿Se opone el principio del destino universal de los bienes a la afirmación de la propiedad privada como derecho natural? ¿Qué dice la DSI con relación a la propiedad de los nuevos frutos de la humanidad?
7. ¿Cabe hablar de una "dimensión moral de la economía"? ¿En qué consiste? ¿Qué idea de desarrollo trae consigola dimensión moral de la economía?
8. ¿Qué exigencias dirías que plantea la DSI a los empresarios?
9. ¿Cuáles son los principios permanentes en que se apoya la doctrina social de la Iglesia como expresión de "la verdad sobre el hombre"? Enumera.
10. ¿De dónde brotan estos principios y cómo hay que entender la relación que se da entre ellos?

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