lunes, 27 de febrero de 2017

¿LA CIENCIA LO DESVELARÁ TODO?




¿Qué precio tiene el progreso humano?
Gracias a la ciencia y a la tecnología la mejora de nuestras condiciones de vida es evidente en todo tipo de ámbitos. Tenemos a nuestro alcance más bienes culturales que nunca y, como consecuencia de todo ello, nuestra esperanza de vida es ahora más larga y, además de vivir más tiempo también vivimos mejor.
Algo diferente es cuál es el precio que tenemos que pagar para que esto sea así. Sin negar los logros de la ciencia que han beneficiado al ser humano, recordemos que los científicos son hombres. No son inmunes a las equivocaciones y debilidades, ni sus motivos son siempre nobles. A la ciencia le corresponde su lugar en la sociedad, pero no como si fuera una lumbrera infalible.

¿Hay que poner límites al saber científico?
Dada la importancia que se le concede hoy en día a la ciencia, parece de la mayor urgencia interrogarse sobre los límites del saber científico, lo que no es sino una manera de asegurarnos un uso razonable de sus valores.
Hay que preguntarse muchas cosas sobre él. Hay que preguntarse qué clase de limitaciones le dan una figura precisa y un valor incuestionable. Y, entre las limitaciones de mayor interés están aquellas que se relacionan con su posible futuro, con la cuestión de si cabe o no esperar un desarrollo indefinido en sus avances. En último término, podría decirse que quienes exageran el valor del saber científico son precisamente los que piensan que la ciencia ya ha dicho su palabra más definitiva y que, cuanto cabe esperar, son meros detalles que ilustren y den brillo a un cuadro ya suficientemente compuesto y definido.

¿Qué entendemos por “misterios”?
El límite de mayor importancia de la ciencia es el que existe entre lo que sabemos y lo que no sabemos, entre lo que ha sido explicado y lo que continúa siendo un misterio.
La palabra “misterio” tiene, por buenas razones, mala prensa, justamente porque han existido quienes la han usado para introducir malas explicaciones de cosas perfectamente explicables de un modo razonable.
Aquí, por el contrario, “misterio” significa simplemente lo que aún no sabemos, lo que, en buena lógica, concedemos a nuestras certezas y tiene una naturaleza eminentemente práctica, basada en nuestra condición de “homo faber”, no en nuestra aspiración a ser “sapiens”. Es decir, que nos sintamos ciertos quiere decir que sabemos lo que vamos a hacer, situación seguramente común al hombre de las cavernas y a Albert Einstein. Además, todo misterio es subjetivo en una primera aproximación, de manera que, a partir de cierto nivel, las matemáticas, por poner un ejemplo sencillo, son misteriosas para casi todo el mundo.
Así las cosas, estamos rodeados de misterios; en el misterio nos movemos y somos. La razón de que la conciencia de los misterios que nos rodean esté muy a la baja tiene que ver con causas muy diversas, pero, sobre todo, con la convicción de que ya sabemos lo esencial y sólo nos quedan por perfilar ciertos detalles. Esta creencia, si se examina con detenimiento, es algo más que pretenciosa, porque puede ser, entre otras cosas, falsa. Como H. Bergson puso de manifiesto con nitidez, el misterio es el fondo en que se apoya la fuerza de todo descubrimiento.
Pero también podemos utilizar el término “misterio” en un sentido más objetivo para designar no ya a lo que no sabemos nosotros sino a lo que, por lo que se sabe, nadie sabe.
Puede decirse entonces, que la diferencia más importante entre las distintas concepciones de la ciencia reside en la forma en que se valora la relación de la ciencia con el misterio.

¿Existe misterios para la ciencia?
El cientificista piensa que existen misterios sólo a título provisional y, consecuentemente, supone que lo que ya sabe explica más de lo que de hecho explica. Para el cientificista, la ciencia llega más allá de lo que ha ido.
Para quien no sea cientificista, por el contrario, la ciencia sabe menos de lo que el primero supone, hay más misterios y, además, los hay de los que no parecen provisionales. Para el no cientificista hay cuestiones ante las cuales la ciencia no tiene nada ni tendrá nada que decir en tanto se atenga a sus formas actuales, es decir, a los dos dogmas principales del cientificismo que son: el evolucionismo, como forma de eficacia del tiempo, y el reduccionismo, como método lógico y como creencia en que el substrato último de la realidad consiste en entidades, todo lo complejas que se quiera, pero puramente materiales.

¿Sabemos más de lo que ignoramos, o viceversa?
En un libro recientemente consagrado al intento de predecir lo que vamos a saber en los próximos tiempos, John Maddox, antiguo director de “Nature”, advierte que, en ocasiones, el consenso científico suele acabar en llanto y se pregunta si podremos soportar la idea de que hay muchas cosas que ignoramos.
Lo que ocurre es que muchos científicos se acuerdan de lo que no se sabe sólo a la hora de hacer editoriales, cuando se ponen forzosamente solemnes. Ello tal vez se deba a la idea pragmatista de la ciencia, a la creencia muy extendida de que, como dijo Richard Rorty, decir que algo está explicado equivale a manifestar que no queremos seguir hablando de ello.
Frente a esa tendencia a convalidar como ciencia lo que los científicos digan, es necesario recuperar el aliento, aguzar el ingenio para no creer lo innecesario y para promover una filosofía que Bertrand Russell solía definir como antesala de la ciencia, como una exploración de lo no sabido, a la espera de que manos, tal vez más hábiles, pero en todo caso distintas, lo conviertan en terreno de conocimiento firme.
Hoy en día, sin embargo, lo no sabido tiende a desaparecer en manos de la propaganda de una ciencia que se pretende omnicomprensiva. Así, y haya sido lo que fuere en el pasado, defender la existencia de misterios es una forma de defender la libertad del entendimiento, la libertad en su forma más perfecta.

¿La ciencia puede saber lo que nos depara el futuro?
Para la publicación “Speculations in Science and Technology”, “la historia de la ciencia indica que, por imponentes que parezcan (…) los principales científicos siguen siendo falibles”.
En algunas ocasiones no se trata sencillamente de fallos. Hay expertos que disparan lúgubres advertencias sobre posibles catástrofes.
El británico Joseph Rotblat, premio Nóbel de Física, manifestó su inquietud al afirmar: “Me preocupa que otros adelantos proporcionen medios de destrucción a gran escala más fáciles de obtener que las armas nucleares. La ingeniería genética encierra bastantes probabilidades, dados los tremendos avances que ocurren en este campo”.
El escepticismo con que algunos ven a los científicos es en parte merecido pues muchos de ellos se han puesto en entredicho a sí mismos como investigadores neutrales de la verdad. Aunque la ciencia ha aportado maravillosas visiones del planeta y del cosmos, ciertas predicciones de un mundo mejor, que se hacen apoyándose en la ciencia, suscitan más temor que esperanza.
Nadie puede saber lo que nos deparará el futuro de nuestros saberes, porque el futuro es, por definición, el nombre de una total ausencia. Pero sí podemos decir que deberíamos abandonar la presunción, para estar más atentos a lo que nos dice la experiencia y el ingenio; que deberíamos, lejos de presumir un saber que no tenemos, alegrarnos de que aún podamos conservar conciencia del misterio, eso que los griegos llamaron “admiración” y fue el motivo principal para que se pusieran a pensar.
Esta actitud de renovación tiene unas cuantas ventajas y nos dará, además, mucho trabajo. Podremos recuperar algunas tradiciones absurdamente dormidas, tendremos que reelaborar una filosofía que, valorando y estimulando la ciencia, supere la paralizadora herencia positivista, habremos de revisar nuestros programas masivos de investigación y perder más tiempo con las dificultades. La curiosidad humana y el anhelo de conocimiento continuarán impeliendo a los hombres y mujeres a extender las fronteras de los descubrimientos.

Cuestiones:

1. ¿En qué consiste preguntarse por el "precio" del progreso científico?
2. ¿A qué se debe la urgencia de interrogarse por los límites del saber científico?
3. ¿Qué otras preguntas se derivan de tal interrogante?
4. ¿Por qué tiene "mala prensa" la palabra "misterio"?
5. ¿Qué acepción de "misterio" queremos recoger aquí?
6. ¿Quién es un cientificista?
7. ¿Cuáles son los dos principales dogmas del cientificismo contemporáneo? ¿Qué afirman?
8. Trata de explicar con tus propias palabras la siguiente frase: "... haya sido lo que fuere en el pasado, defender la existencia de misterios es una forma de defender la libertad del entendimiento, la libertad en su forma más perfecta".
9. Documenta a qué se hace referencia en el texto con la expresión "herencia positivista".
10. ¿Puede la ciencia saber lo que nos deparará el futuro? Sintetiza la respuesta.













jueves, 23 de febrero de 2017

UN MUNDO DE CIENCIA Y DE TÉCNICA


Responde ahora a las siguientes cuestiones:

1.¿Por qué decimos que la actual es una "sociedad científico-técnica"? Explica.
2. ¿Qué beneficios nos ha proporcionado el avance científico tecnológico? Elabora una lista.
3. ¿Qué rasgos caracterizan la mentalidad científico-tecnológica del hombre de hoy?
4. Describe con detalle la concepción moderna de la ciencia.
5. ¿Cuál es y/o en qué consiste el principal criterio valorativo de la ciencia?
6. ¿Qué quiere decir que "la conexón de la ciencia con la tecnología no es asimétrica"?
7. ¿Qué es y/o en qué consiste "el ciclo del conocimiento"?
8. ¿A qué llamamos "tecnocultura"?
9. ¿Qué exigencias plantean las nuevas cosmovisiones propiciadas por la ciencia-tecnología-naturaleza-cultura?

martes, 14 de febrero de 2017

UD. 4 HUMANIZAR LA CIENCIA Y LA TÉCNICA


Sin duda, son muchas las cosas que podemos saber y todavía no conocemos. Nos queda mucho camino por recorrer en el ámbito de la ciencia y la técnica.
En efecto, a lo largo de la historia han sido muchos los avances técnicos y los descubrimientos científicos que hombres y mujeres dedicados a la investigación han logrado. Sin embargo, todo lo conseguido hasta ahora, aún siendo importante y valisosísimo, supone una mínima parte si pensamos en todo lo que nos queda por conseguir. Pero también es cierto que en muchas ocasiones, el ser humano ha querido correr demasiado deprisa en el ámbito científico y tecnológico, sin reparar en las consecuencias posteriores de sus avances, que se han vuelto contra él mismo. De esta forma, asistimos a una forma de sufrimiento, de dolor y de destrucción que no puede ser justificada.
Dios quiere que cada día vayamos sabiendo más, descubriendo más cosas. Claro que sí. Este deseo podemos encontrarlo en el libro del Génesis. Pero Dios no quiere que lo hagamos de cualquier manera ni a cualquier precio, sino anteponiendo lo personal humano a cualquier otro interés.

Objetivos:
1. Conocer el trabajo realizado por investigadores cristianos en los distintos ámbitos de la ciencia y la técnica.
2. Distinguir entre una investigación y un avance científico-técnico que tiene como finalidad el servicio al ser humano de otras finalidades que anteponen sus intereses al bien del hombre y de la mujer.
3. Conocer avances y descubrimientos que han supuesto un bien para el ser humano de otros que no. 
4. Averiguar qué distingue a un investigador cristiano de otro que no lo es.
5. Reflexionar por qué todavía nos queda mucho camino por recorrer en los distintos campos del saber y de la investigación.

Contenidos:
1. Un mundo de ciencia y de técnica.
2. ¿La ciencia lo desvelará todo? 
3. La fe religiosa en un mundo tecnificado. 
4.Ciencia y técnica en el ámbito de la fe. 
5. El verdadero punto de encuentro. 
6. De la exclusión a la inclusión.



      Cuestiones:
      1. ¿Qué es un dicasterio?
      2. ¿Cuál es la principal función de la Congregación para la doctrina de la fe?
      3. ¿Qué relación unía a J. Ratzinger con este dicasterio antes de ser nombrado papa?
    4. ¿Cuáles son, según Benedicto XVI, los dos criterios con que contamos para discernir cuándo un descubrimiento científico es bueno o malo?

jueves, 2 de febrero de 2017

¿QUÉ DICE LA DSI SOBRE LA ECONOMÍA Y SOBRE SÍ MISMA?

Lee y responde...



¿Qué es el bien común?
Se entiende por “bien común” el conjunto de condiciones de la vida social que hacen posibles a las asociaciones y a cada uno de sus miembros el logro más pleno y más fácil de la propia perfección”.
A partir de lo anterior, el bien común no consiste en la simple suma de los bienes particulares de cada sujeto del cuerpo social, porque es indivisible y porque sólo juntos es posible alcanzarlo, acrecentarlo y custodiarlo, también en vistas al futuro.
La persona no puede encontrar realización solo en sí misma, es decir, prescindir de su ser “con” y “para” los demás. Esta verdad le impone no sólo una simple convivencia, sino también la búsqueda incesante, de manera práctica y no sólo ideal, del bien, es decir, del sentido y de la verdad que se encuentran en las formas de vida social existentes.
Las exigencias del bien común derivan de las condiciones sociales de cada época y están estrechamente vinculadas al respeto y a la promoción integral de la persona y de sus derechos fundamentales. Tales exigencias atañen, ante todo, al compromiso por la paz, a la correcta organización de los poderes del Estado, a un sólido ordenamiento jurídico, a la salvaguardia del medioambiente, a la prestación de los servicios esenciales para las personas, algunos de los cuales son, al mismo tiempo, derechos del hombre: alimentación, habitación, trabajo, educación y acceso a la cultura, transporte, salud, libre circulación de las informaciones y tutela de la libertad religiosa… Sin olvidar la contribución que cada nación tiene el deber de realizar para establecer una verdadera cooperación internacional, en vistas al bien común de la humanidad entera.

La responsabilidad de edificar el bien común.
El bien común es un deber de todos los miembros de la sociedad. Ninguno está exento de colaborar, según las propias capacidades, en su consecución y desarrollo.
El bien común corresponde a las inclinaciones más elevadas del hombre, pero es un bien difícil de alcanzar, porque exige la capacidad y la búsqueda constante del bien de los demás como si fuese el bien propio.
La responsabilidad de edificar el bien común compete también al Estado, porque el bien común es la razón de ser de la autoridad política. De ahí deriva la necesidad de las instituciones políticas, cuya finalidad es la de hacer accesibles a las personas los bienes necesarios (materiales, culturales, morales, espirituales…) para gozar de una vida auténticamente humana. El fin de la vida social es el bien común históricamente realizable.
Con todo, el bien común de la sociedad no es un fin autárquico; tiene valor solo en relación al logro de los fines últimos de la persona y al bien común de toda la creación. Dios es el fin último de sus criaturas y por ningún motivo puede privarse al bien común de su dimensión transcendente que, al mismo tiempo, da cumplimiento a la dimensión histórica.
Nuestra historia como cristianos _el esfuerzo personal y colectivo por elevar la condición humana_, comienza y culmina en Jesús… Gracias a Él, por medio de Él y en vista a Él, toda la realidad, incluida la sociedad humana, puede ser conducida a su Bien Supremo…
Una visión puramente histórica y materialista terminaría por transformar el bien común en un simple bienestar económico que, carente de finalidad transcendente, pierde su más profunda razón de ser.

El principio de destino universal de los bienes de la creación.
Entre las múltiples implicaciones del bien común, adquiere inmediato relieve el principio del destino universal de los bienes. ¿Qué dice este principio?
De acuerdo con el nº 69 de la Gaudium et Spes: “Dios ha destinado la tierra y cuanto ella contiene para uso de todos los hombres y pueblos. En consecuencia, los bienes creados deben llegar a todos en forma equitativa bajo la égida de la justicia y con la compañía de la caridad. Sean las que sean las formas de la propiedad... jamás debe perderse de vista este destino universal de los bienes. Por tanto, el hombre, al usarlos, no debe tener las cosas exteriores que legítimamente posee como exclusivamente suyas, sino también como comunes, en el sentido de que no le aprovechen a él solamente, sino también a los demás. Por lo demás, el derecho a poseer una parte de bienes suficiente para sí mismos y para sus familias es un derecho que a todos corresponde”.
El principio del destino universal de los bienes afirma, por tanto, el pleno derecho y perenne señorío de Dios sobre toda la realidad y la exigencia de que los bienes de la creación sean destinados al desarrollo de todo hombre y de la humanidad entera.
Este principio no se opone, pues, al derecho natural de propiedad privada, sino que indica la necesidad de reglamentarlo.

La propiedad de los nuevos frutos de la humanidad.
El momento histórico actual, poniendo al alcance de la sociedad bienes nuevos, desconocidos hasta tiempos recientes, impone una relectura del principio del destino universal de los bienes de la tierra, haciéndose necesaria una extensión que comprenda también los frutos del reciente progreso económico y tecnológico.
La propiedad de los nuevos bienes, fruto del conocimiento, de la técnica y del saber debe ponerse también al servicio de las necesidades primarias del hombre, para que pueda aumentarse gradualmente el patrimonio común de la humanidad.

La dimensión moral de la economía.
El objetivo de la economía es la formación de la riqueza y su incremento progresivo, en términos no sólo cuantitativos, sino cualitativos; todo lo cual es moralmente correcto, si está orientado al desarrollo global y solidario del hombre y de la sociedad en la que vive y trabaja.
La dimensión moral de la economía hace entender que la eficacia económica y la promoción de un desarrollo solidario de la humanidad son finalidades estrechamente vinculadas y no separadas.
El desarrollo, en efecto, no puede reducirse a un mero proceso de acumulación de bienes y servicios…
El objetivo de las empresas se debe llevar a cabo en términos y con criterios económicos, pero sin descuidar los valores auténticos que permiten el desarrollo concreto de la persona y la sociedad.
La empresa no puede considerarse únicamente como una “sociedad de capitales”. Es, al mismo tiempo, una “sociedad de personas”, en la que entran a formar parte de manera diversa y con responsabilidades específicas los que aportan el capital necesario para su actividad y los que colaboran con su trabajo.
Es indispensable que, dentro de la empresa, la legítima búsqueda de beneficio se armonice con la irrenunciable tutela de la dignidad de las personas que a título diverso trabajan en la misma. Estas dos exigencias no se oponen ya que, por una parte, no sería realista pensar que el futuro de la empresa esté asegurado sin la producción de bienes y servicios y sin conseguir beneficios como fruto de la actividad económica desarrollada…; por otra parte, permitiendo el crecimiento de la persona que trabaja, se favorece una mayor productividad y eficacia del trabajo mismo.

¿Qué dice la DSI de sí misma?
Los principios permanentes de la DSI constituyen los puntos de apoyo de la enseñanza social católica. Concretamente, se trata del principio de la dignidad de la persona humana en el que cualquier otro principio y contenido de la doctrina social encuentra su fundamento, del bien común, de la subsidiaridad y de la solidaridad.
Estos principios, expresión de la “verdad sobre el hombre”, brotan del encuentro del mensaje del Evangelio y de sus exigencias (comprendidas en el mandamiento supremo del amor a Dios y al prójimo en la justicia) con los problemas que surgen en la vida en sociedad.
La Iglesia ha podido dar a tales principios una fundamentación y configuración cada vez más exacta, clarificándolos progresivamente, en el esfuerzo de responder con coherencia a las demandas de los nuevos tiempos y a los continuos desarrollos de la vida social.
Los principios de la doctrina social deben ser apreciados en su unidad, conexión y articulación. Esta exigencia radica en el significado que la Iglesia misma da a la propia doctrina social, como un cuerpo o conjunto doctrinal unitario que interpreta las realidades sociales de un modo orgánico.
Estos fundamentos de la doctrina de la Iglesia representan un patrimonio permanente de reflexión, que es parte esencial del mensaje cristiano. Pero van más allá, ya que indican a todos los hombres las vías posibles para edificar una vida social buena, auténticamente humana y renovada.

Cuestiones.
1. ¿Qué es y qué no es el "bien común"?
2. Las exigencias del bien común derivan de las condiciones sociales de cada época, pero vinculadas al respeto y a la promoción integral de la persona y de sus derechos fundamentales atañen a...?
3. ¿A quién corresponde la responsabilidad de edificar el bien común?
4. ¿Cómo se relacionan en el texto Dios y bien común? Explica.
5. ¿Cómo se define el "principio del destino universal de los bienes creados" en el nº 69 de la Gaudium et Spes?
6. ¿Se opone el principio del destino universal de los bienes a la afirmación de la propiedad privada como derecho natural? ¿Qué dice la DSI con relación a la propiedad de los nuevos frutos de la humanidad?
7. ¿Cabe hablar de una "dimensión moral de la economía"? ¿En qué consiste? ¿Qué idea de desarrollo trae consigola dimensión moral de la economía?
8. ¿Qué exigencias dirías que plantea la DSI a los empresarios?
9. ¿Cuáles son los principios permanentes en que se apoya la doctrina social de la Iglesia como expresión de "la verdad sobre el hombre"? Enumera.
10. ¿De dónde brotan estos principios y cómo hay que entender la relación que se da entre ellos?