domingo, 18 de diciembre de 2016

VIDA Y DIGNIDAD, DOS REALIDADES INSEPARABLES

En nuestra sociedad, no pocos viven como si Dios se hubiera vuelto un ser lejano y abstracto. Como consecuencia, ya no se cree que el hombre es importante a los ojos de Dios. Se piensa y se actúa considerando que todas las cosas son en definitiva nuestras, y que para Dios no tienen demasiada importancia ni le preocupan. El hombre ha decidido construirse a sí mismo y reconstruir el mundo sin contar realmente con Dios. Prescindiendo de Dios el ser humano pierde su gran valor y su dignidad. La consecuencia inevitable es la relativización ética; la manipulación del ser humano propiciada por ideologías o sistemas económicos interesados y la búsqueda del sentido de la vida en lo fugaz y transitorio.
La defensa de la vida no es un asunto de ideología religiosa, sino una cuestión de humanidad y de defensa de la persona humana en todo momento de su desarrollo. Que incoherencia ser defensores del ser humano que está por nacer y ser indiferentes frente a las vidas que día a día son atropelladas en sus derechos sociales. Los cristianos tienen que ofrecer una defensa coherente: si defendemos la vida, la defendemos siempre.
Hay que tener presente que el aborto no es únicamente la defensa de un principio religioso sino una cuestión de humanidad, cuyos protagonistas suelen ser personas vulnerables, que muchas veces se encuentran en extrema indefensión. Por eso la Iglesia no puede quedar fuera del debate, puesto que sería infiel a su mandato evangélico de opción preferencial por los desfavorecidos.
Para un discípulo de Jesús el derecho a la vida constituye el derecho fundamental esencial, en la medida en que es el supuesto básico sin el cual los restantes derechos no tendrían existencia posible. Por este motivo su defensa recae en el deber de reafirmar la dignidad y los derechos fundamentales de todo ser humano, incluso en las primeras etapas de su existencia. Un cristiano defiende la vida porque no tolera que la vida humana quede sujeta a la mentalidad individualista, al punto que la vida pueda ser manejada como una propiedad privada. En otro aspecto, no concibe que existan fases subhumanas de otra plenamente humana o que existan vidas que tengan mayor valor o utilidad que otras. Esta serie de fronteras no son aceptables desde su concepción del ser humano.
La defensa de la vida que el cristianismo hace no admite la idea de una “humanización progresiva o gradual” de la vida humana. Para el seguidor de Jesús de Nazaret, cada momento del desarrollo humano constituye un todo. Asimismo, no cree que la vida de los primeros estadios esté dotada de cierta precariedad, sino al contrario. El Evangelio hace una opción preferencial por las vidas vulnerables, porque toda vida humana es importante en todo momento.
El cristianismo ve en todos los seres humanos seres plenos con igual derecho a la vida, dignidad. El cristiano desde la palabra de Jesús, no busca moralizaciones sino buscar mínimos éticos que toda sociedad civilizada debe respetar, entre los cuales se encuentra e derecho a la vida, desde su origen hasta su final, presupuesto fundamental de todos los demás derechos.
Las técnicas de reproducción asistida, el aborto, la clonación, la eutanasia no son únicamente una problemática de salud pública, es un asunto de derechos humanos y de justicia social, que implica y compromete a la sociedad entera. En esta discusión, pues, están en juego los fundamentos de nuestra convivencia social y de nuestra legitimidad democrática.
La defensa de la vida emprendida tiene como misión fundamental recordar aquellos argumentos que son obvios y simples, pero que a veces se olvidan, como justamente lo han hecho discursos ligados a corrientes relativistas, profundamente subjetivistas… a ellos habrá que responder citando a Antonio Machado “¿Tu verdad? No, la verdad; / ven conmigo a buscarla. La tuya, guárdatela”.
Junto a la anterior frase de Antonio Machado existe otra muy significativa: “La verdad es lo que es, y sigue siendo verdad aunque se piense al revés”. Es cierto que la verdad es verdad con independencia de quien la diga e incluso de cómo se diga. Hoy existe la opinión errónea bastante generalizada de confundir “opinión personal” con “verdad”. De hecho, se oyen afirmaciones como “esa será tu verdad, mi verdad es muy diferente”. Un gran pensador decía que la verdad tiene cuatro cualidades: es objetiva, es transcendente, es liberadora y es compartida.
Para finalizar, trata de resumir la reflexión que hemos compartido con esta entrada no sin aclarar el significado concreto de esas cuatro cualidades (objetiva, trascendente, liberadora y compartida) que atribuimos a la verdad en la que tenemos depositada la fe.

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