“Para un correcto juicio moral sobre la eutanasia, es necesario ante todo definirla con claridad. Por eutanasia en sentido verdadero y propio se debe entender una acción o una omisión que por su naturaleza y en la intención causa la muerte, con el fin de eliminar cualquier dolor. «La eutanasia se sitúa, pues, en el nivel de las intenciones o de los métodos usados ».
De ella debe
distinguirse la decisión de renunciar al llamado «ensañamiento terapéutico»,
o sea, ciertas intervenciones médicas ya no adecuadas a la situación real del
enfermo, por ser desproporcionadas a los resultados que se podrían esperar o,
bien, por ser demasiado gravosas para él o su familia. En estas situaciones,
cuando la muerte se prevé inminente e inevitable, se puede en conciencia «renunciar
a unos tratamientos que procurarían únicamente una prolongación precaria y
penosa de la existencia, sin interrumpir sin embargo las curas normales debidas
al enfermo en casos similares».
Ciertamente
existe la obligación moral de curarse y hacerse curar, pero esta obligación se
debe valorar según las situaciones concretas; es decir, hay que examinar si los
medios terapéuticos a disposición son objetivamente proporcionados a las
perspectivas de mejoría. La renuncia a medios extraordinarios o
desproporcionados no equivale al suicidio o a la eutanasia; expresa más bien la
aceptación de la condición humana ante la muerte. ”
(San
Juan Pablo II, Evangelium vitae, nº
65)
1.
¿En qué nivel se sitúa la eutanasia en el texto? ¿Qué
significa todo ello?
2.
¿Qué es el “ensañamiento terapéutico”? ¿Qué postura se
defiende en el texto ante tal “ensañamiento terapéutico”?
3.
¿A qué obligación moral se hace referencia en este nº
65 de Evangelium vitae?
4.
¿Qué importancia se concede a “las circunstancias” y a
la “conciencia”?
“No se puede
sostener que las ciencias empíricas explican completamente la vida, el
entramado de todas las criaturas y el conjunto de la realidad. Eso sería
sobrepasar indebidamente sus confines metodológicos limitados. Si se reflexiona
con ese marco cerrado, desaparecen la sensibilidad estética, la poesía, y aun
la capacidad de la razón para percibir el sentido y la finalidad de las cosas.
Quiero recordar que «los textos religiosos clásicos pueden ofrecer un
significado para todas las épocas, tienen una fuerza motivadora que abre
siempre nuevos horizontes […] ¿Es razonable y culto relegarlos a la oscuridad,
sólo por haber surgido en el contexto de una creencia religiosa?». En realidad,
es ingenuo pensar que los principios éticos puedan presentarse de un modo
puramente abstracto, desligados de todo contexto, y el hecho de que aparezcan
con un lenguaje religioso no les quita valor alguno en el debate público. Los
principios éticos que la razón es capaz de percibir pueden reaparecer siempre
bajo distintos ropajes y expresados con lenguajes diversos, incluso religiosos.
Por otra parte,
cualquier solución técnica que pretendan aportar las ciencias será impotente
para resolver los graves problemas del mundo si la humanidad pierde su rumbo,
si se olvidan las grandes motivaciones que hacen posible la convivencia, el
sacrificio, la bondad.”
(Francisco,
Laudato si, nn. 199-200)
1.
¿Tienen límites la ciencia y la técnica?
2.
¿Cuáles son esos límites y/o qué o quién los marca?
3.
¿Qué consecuencias se desprenden de sobrepasar los
límites de las ciencias?
4.
Resume en forma de tesis la reflexión que realiza en
este sentido el Papa Francisco acerca del valor de los textos religiosos.